En 1970, Henri Cartier-Bresson y su segunda esposa, la también fotógrafa Martine Franck, llegan a Venecia con el objetivo de retratar a Ezra Pound. Fue la única vez que ella le acompañó a una de sus sesiones, pero no la olvidaría nunca: traspasado el umbral del número 52 de Via Querini, el silencio era muy, muy espeso. Martine se acurrucó en una esquina del salón. Imperceptible.
Pound estaba sentado en una butaca, aparentemente tranquilo, aunque tras su mirada azul lago parecía no estar bien: como un acuario con todos los peces muertos.
Frente a él, Cartier-Bresson iba dejando pasar el tiempo mientras contemplaba el pelo alborotado de Pound, su chaleco de punto, la luz que entraba por una ventana situada a la izquierda... Durante la escasa media hora que duró todo, el viejo poeta no dijo ni una palabra. Martine se sentía realmente incómoda y miraba a su marido sin entender por qué seguían allí. Pero a él tan sólo le parecía preocuparle encontrar en Pound lo que estaba más allá de Pound. Sin máscaras. Sin poses. Con la paciencia de un buscador de oro.
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Ezra Pound |
El arte necesita de un aprendizaje. Cartier-Bresson lo sabía.
El pintor prepara sus colores. El fotógrafo dibuja con luz. El poeta sabe que lo que se dice tiene tanta importancia como lo que no se dice. Y los tres son conscientes de que el arte, por encima de todo, es artificio: lo que cuenta no es que sea verdad, sino su verosimilitud.
Extraído de "Los ojos del águila" de Josep M. Rodríguez.
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Henri Matisse |
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Albert Camus |
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