"Aquel departamento se fue llenando de plantas, presencias silenciosas que de tanto en tanto me recordaban que el mundo requería de cuidado e incluso de ternura. Casi nunca había flores. Hojas sí: algunas verdes y muchas amarillas. Veía un puñado de hojas secas en el piso y me sentía culpable; las levantaba, regaba todas las macetas, pero luego se me olvidaban otro par de semanas. No existe nada menos recomendable que atribuir a los seres inanimados un valor metonímico. Si uno cree que el estado de una planta en una maceta refleja el estado de su alma, o peor, el de una persona querida, estará condenado a la desilusión perpetua."
"Owen tenía un rostro espiritual, distante y mustio, como de mártir religioso: pómulos angulosos, barbilla en pico, ojos demasiado chicos: imposible geometría tarasca. El cuerpo lánguido, abatido, sumiso. Rasgos de indio y porte de criollito: ninguna de las partes concordaba con el todo. Escuché a alguien decir, alguna vez, que la personalidad es una serie continua de gestos exitosos. Pero al hombre que aparecía en el retrato le ocurría lo contrario: se le notaban las fisuras y discontinuidades. Estudiándolo de cerca era fácil imaginar, incluso, los lugares en donde había tratado de ocultar cierta fragilidad con pedazos de otras personalidades, más firmes y más seguras que la suya."
Los ingrávidos, Valeria Luiselli
1 comentario:
dulces fragmentos, las descripciones pueden llegar a ser tan delicada y jugosamente escritas, me dan ganas de ponerme a escribir
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